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Cant. 4: 1 - 6 "He aquí tú eres hermosa, amiga mía, he aquí que tú eres hermosa; tus ojos entre tus guedejas como de paloma, tus cabellos como manada de cabras que se recuestan en las laderas de Galaad.
Tus dientes como manadas de ovejas trasquiladas, que suben del lavadero, todas con crías gemelas, y ninguna entre ellas estéril.
Tus labios como hilo de grana, y tu habla hermosa.
Tus mejillas, como cachos de granada detrás de tu velo.
Tu cuello, como la torre de David, edificada para armería, mil escudos están colgados en ella, todos escudos de valientes.
Tus dos pechos, como gemelos de gacela, que se apacientan entre lirios.

Ella contesta: "Hasta que apunte el día y huyan las sombras, me iré al monte de la mirra y al collado del incienso".


Veíamos en el pasaje anterior que ella se prendió fuertemente de él y lo llevó hasta la casa de su madre, porque su amor todavía no había madurado. Parece ser éste el motivo por el cual él exterioriza su amor con tanta vehemencia. Le expresa su profundo amor y gran admiración por ella. "Tú eres hermosa".
Hoy en día, la iglesia, el conjunto de salvados en la sangre preciosa de Cristo, es de gran belleza para él, como una perla de gran precio. Pero no hemos de olvidar que para llegar a ser una hermosa y preciada perla, originalmente fue un minúsculo grano de arena sin valor ni belleza que se incrustó en un ser vivo. Y ese molusco para protegerse del cuerpo extraño que hería sus delicadas membranas, comenzó a segregar una sustancia que lo envolvió gradualmente hasta desaparecer esas aristas punzantes que la dañaban, para dar forma y valor a una hermosa perla de gran precio.
La iglesia es hermosa y muy preciada para el Señor, pero jamás hemos de olvidar que no éramos más que un grano de arena sin valor y que heríamos la Santidad de Dios. Todo el valor que tenemos, fue añadido por él.
Cuan literal resulta ver, que no fueron los latigazos que abrieron las carnes del cuerpo santo del Señor, ni la corona de espinas, ni la lanza del soldado que abrió su costado, sino nuestros pecados. Y en ese proceso célico, nos fue envolviendo en su amor, santidad y perdón divino, que nos revistió de su gracia divina hasta transformarnos en algo de gran belleza y valor para Dios.
"Tus ojos entre tus guedejas como de paloma". La paloma tiene una visión que le permite ver una sola cosa, y en ese sentido es figura del Espíritu Santo. El que tiene esa visión espiritual, puede ver solamente a Jesús, pero estos ojos están entre guedejas, escondidos tras su exuberante cabellera. El mundo no puede ver lo que ella ve, ni cómo ve, porque esos hermosos ojos están reservados solamente para el deleite de su amado. También la alusión a su cabello, nos habla de su obediencia y sumisión a la voluntad divina, como nos indica 1 Cor.11 : 15.
"Tus dientes como manadas de ovejas trasquiladas, que suben del lavadero". El cumplido hace referencia a la perfección y blancura de ellos.
Dios nos ha provisto en Su Palabra de abundante alimento para nuestro desarrollo espiritual, pero éste es para los que han alcanzado madurez, no para los bebés en Cristo. Ellos también disponen de la leche espiritual en sus biberones, pero para los que ya disponen de dentadura de adulto como a él le agrada ver en su esposa, ha dispuesto alimento sólido y nutritivo.
"Tus labios como hilo de grana, y tu habla hermosa". Resalta la hermosura de su boca y de su hablar. Esto nos recuerda lo que dice en Rm.10: 9 "que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo".
La boca que confiesa y alaba al Señor, es muy hermosa para Dios. En Ef.5: 19 añade: "hablando entre vosotros con salmos, con himnos y cánticos espirituales, cantando y alabando al Señor con vuestros corazones".
De la abundancia del corazón habla la boca, y el corazón que está rebosante de Cristo, hablará de él, entonará himnos y cánticos espirituales que le agradan a él. No los que nos agradaban a nosotros cuando pertenecíamos al mundo.
"Tus mejillas". Por rosadas, las compara a dos mitades de grada; una expresión muy común en la poesía oriental. Las mejillas despliegan la belleza del rostro, y son las que primeramente revelan las emociones. Con cuanta propiedad se ha dicho que el rostro es el espejo del alma.
Un alma reseca carente de amor y sensibilidad, es fácilmente detectada en el rostro de esa persona. Pero al resaltar la hermosura de su rostro, lo hace porque Dios conoce nuestra alma, lo profundo de nuestro ser.
"Tu cuello, como la torre de David". Un cuello alto y erguido, nos habla de alguien distinguido. Su esposa no es encorvada, destaca su dignidad real, sugiere la rectitud en su mirada, la hidalguía que confiere saberse hija de Dios y templo del Espíritu Santo.
Al mencionar: "como la torre de David, edificada para armería, mil escudos están colgados de ella, todos escudos de valientes". Resalta que aunque se ha visto presionada en muchas batallas contra el mundo, ella sigue enhiesta, porque es "más que vencedora". Pero al mismo tiempo le recuerda por los escudos de los valientes, que su triunfo y victoria no se debe a ella, sino a aquel por cuya victoria quedó vencido nuestro enemigo.
"Tus dos pechos". El pecho es el asiento de nuestras emociones, allí descansa nuestra fe y amor, que constituyen el único medio por el cual somos unidos al Señor. Dios considera que para que haya belleza, la fe y amor han de ser gemelos, es decir, deben crecer juntos a igual proporción.
En Gál.5: 6 nos resalta "la fe que obra por el amor". Y en 1 Tm. 1: 5 dice: "el amor nacido de corazón limpio, y de buena conciencia, y de fe no fingida". En el vr. 14 agrega: "La gracia de nuestro Señor fue más abundante con la fe y el amor que es en Cristo Jesús".
Muy hermosa es para el Señor, la fe y el amor cuando ambos han crecido juntos a un mismo nivel en el creyente. No puede haber belleza espiritual en el cristiano, si ambos no se han desarrollado como "gemelos de gacela". Deben florecer en pureza y santidad, juntos entre los lirios donde el Señor apacienta su rebaño.
"Hasta que apunte el día y huyan las sombras, me iré al monte de la mirra, y al collado del incienso". Ella hace una breve interrupción, para decir que cuando sople la brisa y huyan las sombras a la puesta del sol, desea retirarse por unas horas para impregnarse de la fragancia del perfume campestre, al monte de la mirra.
Indudablemente que ha habido un pequeño progreso espiritual en ella. Ahora habla menos de sí misma, y está más dispuesta a escuchar a su amado.
El creyente que es niño en Cristo, siempre está hablando de sus propias emociones y experiencias, en cambio el que ha alcanzado madurez, su enfoque no está en sí mismo, sino en su Señor.
Otra muestra de su desarrollo espiritual, está en que ahora ella reconoce sus propias limitaciones, sabe que hasta que huyan las sombras, el único refugio está en el monte de la mirra.
Estamos en un cuerpo que es templo del Espíritu Santo, pero bien sabemos que el pecado sigue morando en nosotros. Pablo lo expresó magistralmente en Rm.7: 18 "Yo sé que en mi, esto es, en mi carne, no mora el bien, porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo, y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí. Miserable de mí ¿quién me librará de este cuerpo de muerte? Gracias doy a Dios por Jesucristo Señor nuestro".
Gracias doy al Señor que puedo acudir al monte de la mirra. Estas sombras que nos envuelven se irán disipando hasta que por fin, cuando alumbre el día glorioso de nuestro encuentro con Cristo en la Gloria, nosotros recibamos un cuerpo de gloria semejante al del Señor; entonces lograremos nuestra plenitud. Pero hoy, podemos disfrutar de este gratísimo lugar del monte de la mirra.
También en Col. 3: 10 dice: "habiéndonos despojado del viejo hombre con sus hechos, y revestidos del nuevo, el cual conforme a la imagen del que lo creó, se va renovando hasta el conocimiento pleno".
Esta renovación durará hasta que alumbre el día glorioso de la venida del Señor, mientras tanto, nuestro único refugio es el monte de la mirra junto a la cruz de Cristo.
En 2 Cor.3: 18 dice: "Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor".
La doncella estaba consciente de esa necesidad, y que el día perfecto aún no amanecía. Pero se confortaba en el monte de la mirra y el collado del incienso.
El monte Calvario fue desde donde subió el perfume de más grato olor para Dios, y ella desea embriagarse de esa fragancia.
En la contemplación más profunda de los sufrimientos y muerte del Señor, es que logramos liberarnos de nuestra carne que nos ata a este mundo, para elevarnos a las alturas de Su presencia divina, y conseguir una unión más plena y perfecta con Cristo.
No nos conformemos con unas débiles gotas de ese perfume, acudamos a disfrutar del torrente que emana desde el monte de la mirra. Y esos dulces aromas transformarán nuestras vidas, nos revestirán de su hermosura y nos impregnarán de su fragancia.
Acudamos con mayor frecuencia a esas alturas, contemplemos al Señor en su muerte. Miremos al sol esconder su rostro, la tierra temblar y las rocas partirse. Observemos sus heridas, y tan solo entonces arderán nuestros corazones y caeremos a sus pies exclamando: "Señor mío, y Dios mío".

 

 

 

 

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Cant. 4: 7 - 5: 1

"Toda tú eres hermosa, amiga mía, y en ti no hay mancha. Ven conmigo desde el Líbano, oh esposa mía; ven conmigo desde el Líbano. Mira desde la cumbre de Amana. Desde la cumbre de Senir y de Hermón, desde las guaridas de los leones, desde los montes de los leopardos.
Prendiste mi corazón, hermana, esposa mía, has apresado mi corazón con uno de tus ojos, con una gargantilla de tu cuello.
¡Cuán hermosos son tus amores, hermana, esposa mía!
¡Cuánto mejores que el vino tus amores, y el olor de tus ungüentos que todas las especias aromáticas!
Como panal de miel destilan tus labios, oh esposa, miel y leche hay debajo de tu lengua, y el olor de tus vestidos como el olor del Líbano.
Huerto cerrado eres, hermana mía, esposa mía, fuente cerrada, fuente sellada.
Tus renuevos son paraíso de granados, con frutos suaves, de flor de alheña y nardos, nardo y azafrán, caña aromática y canela, con todos los árboles de incienso, mirra y áloes, con todas las principales especias aromáticas.
Fuente de huertos, pozo de aguas vivas, que corren del Líbano.
Levántate, Aquilón, y ven, Austro, soplad en mi huerto, despréndanse sus aromas.
Venga mi amado a su huerto, y coma de su dulce fruta.
Yo vine a mi huerto, oh hermana, esposa mía, he recogido mi mirra y mis aromas, he comido mi panal y mi miel, mi vino y mi leche he bebido.
Comed, amigos, bebed en abundancia, oh amados".

En nuestro mensaje anterior dejamos a la esposa en el monte de la mirra, donde ella se impregnó del dulce aroma del Gólgota. Y como resultado de esa dulce e íntima comunión con su Señor, ella es enteramente hermosa para su amado.
"En ti no hay mancha". Esa pureza y santidad provienen de Cristo, como dice Ef.5: 25 "Como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a si mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra, a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha".
Fue el entrañable amor de Cristo y su entrega incondicional en esa obra que culminó en el monte Calvario, donde fue inmolado el verdadero Cordero de Dios; que no solamente pagó el precio por nuestros pecados y nos dio el perdón eterno de todos nuestros pecados, sino que nos revistió con su manto de misericordia y santidad.
Is. 61: 10 "me vistió con vestiduras de salvación, me rodeó de manto de justicia, como a novio me atavió, y como a novia adornada con sus joyas".
Hoy su iglesia es para él muy hermosa: "Ven conmigo desde el Líbano. Mira desde la cumbre de Amana, desde la cumbre de Senir y de Hermón". El Señor la está llamando a una posición más elevada, desea que desde las alturas donde él está, ella mire. La invita a una posición celestial, es un llamado a estar con Cristo en su exaltación y desde allí mirar hacia abajo.
Dios nos escogió no para continuar en nuestra posición miserable, sino para elevarnos a esos lugares altos con Cristo. Ef.1: 3 dice: "Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo". Nos ha elevado a la esfera de experiencias espirituales con nuestro Salvador.
En Ef. 2: 6 reitera este mismo concepto: "Nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús". No se está refiriendo al destino eterno de la iglesia en esas moradas celestiales que nos fue a preparar, porque eso será algo futuro cuando venga a buscar su iglesia. Aquí dice en tiempo pasado: "nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús".
Es una bendición otorgada por Dios el mismo día en que nos salvó y nos revistió de esa naturaleza celestial. Éramos gusanos repulsivos, pero el mismo día de nuestra conversión, se produjo una metamorfosis que nos dio gran belleza para el Señor. Nos capacitó para remontarnos a los lugares altos con Cristo, para gozar de esas experiencias espirituales junto al Señor y poder mirar desde esa posición celestial, hacia abajo: "donde están las guaridas de los leones y los montes que son los escondrijos de los leopardos". Esa región donde los leones rugen y los leopardos devoran sus presas.
Mientras más nos elevemos junto al Señor, mejor podremos ver a nuestro adversario que anda como león rugiente buscando a quien devorar. Podremos reconocer con mayor facilidad a sus servidores en la tierra, que trabajan sin cesar, camuflándose y tendiendo redes para atrapar alguna víctima. El creyente desde la altura espiritual, puede ver cuan real es el conflicto entre el reino de Dios y el de Satanás.
El Señor, desde esos lugares celestiales le dice a su amada: "Prendiste mi corazón, hermana, esposa mía, has apresado mi corazón con uno de tus ojos, con una gargantilla de tu cuello". Por primera vez la llama: "hermana, esposa mía". Esto guarda relación con Heb.2: 11 "Porque el que santifica y los que son santificados, de uno son todos, por lo cual no se avergüenza de llamarlos hermanos".
Cuan grande es la bendición que hemos recibido del Señor, no solamente somos su esposa cual iglesia, sino que cada creyente en particular es su hermano.
"Has apresado mi corazón". Cautivaste mi amor y me prendiste a ti. Tus ojos han sido más elocuentes que mil palabras de tu boca.
"¡Cuán hermosos son tus amores, hermana, esposa mía! Cuán mejores que el vino tus amores, y el olor de tus ungüentos que todas las especias aromáticas".
Él se complace con el amor de ella, aunque a decir verdad, nosotros le amamos porque él nos amó primero, y no podría ser de otro modo, porque Dios es amor. El amor es parte intrínseca de Dios, él al compartirnos de esta nueva naturaleza célica, nos ha derramado de esa esencia divina que hoy nos capacita para amar.
"Mejor el olor de tus ungüentos que todas las especias aromáticas". Ella ahora está impregnada de la fragancia de los ungüentos de su amado. Ha sido ungida con el Espíritu Santo, que no solo la hizo nacer de nuevo, sino que además la ha rociado de ese olor fragante que es muy agradable a él.
El fruto de una vida consagrada, sobrepasa todas las virtudes que en el mundo se puedan encontrar. Es verdad que personas que no son del Señor pueden exhibir mejores virtudes que un creyente, pero esas cualidades del hombre natural jamás pueden compararse con los frutos del Espíritu Santo, porque carecen de esa fragancia divina.
"Como panal de miel destilan tus labios, oh esposa". De su boca no salen palabras ásperas ni amargas, su hablar es dulce, con razón le dice: "Miel y leche hay debajo de tu lengua". La miel nos habla de su dulzura, y la leche de su ternura.
"Huerto cerrado eres, hermana mía, esposa mía, fuente cerrada, fuente sellada". El huerto nos habla del paraíso, pero cerrado, al igual que la fuente. En esta expresión poética nos revela la completa satisfacción de él con su amada, además implica la idea que ella es exclusivamente de él. Aquí el sello es símbolo de propiedad privada.
Los renuevos son finos y deliciosos, como todos los frutos de este huerto que se menciona en los versículos 13 y 14.
Todos ellos de una gran variedad, nada le falta. Así es el creyente que es dirigido por el Espíritu Santo, sus frutos son variados y abundantes, como lo indica 2Cor. 9: 8 "poderoso es Dios para hacer que abunde en vosotros toda gracia, a fin de que, teniendo siempre en todas las cosas todo lo suficiente, abundéis para toda buena obra".
Col. 1: 10 nos recuerda: "para que andéis como es digno del Señor, agradándole en todo, llevando fruto en toda buena obra, y creciendo en el conocimiento de Dios".
Un huerto sano y saludable, con un labrador divino, no puede estar sin crecimiento carente de frutos hermosos. Esto es lo que Dios espera de cada uno de nosotros, que crezcamos y demos mucho fruto.
Jn. 15: 8 "En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y seáis así mis discípulos". Pero también nos advierte: "Permaneced en mí, y yo en vosotros, porque separados de mí nada podéis hacer".
Dice en el versículo 15 de nuestro pasaje de Cantares: "Fuente de huertos, pozo de aguas vivas, que corren del Líbano". Este huerto que aquí se menciona, era uno que tenía un pozo y una fuente que fluía abundantemente para regar todo el huerto, y así producir los mejores y más hermosos frutos.
El Señor dijo en Jn. 7: 37 "Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva. Esto lo dijo del Espíritu Santo que habían de recibir los que creyesen en él". Toda frescura y riego espiritual que fluyen en el creyente, provienen del Espíritu Santo que mora en nosotros.
"Levántate, Aquilón, y ven, Austro, soplad en mi huerto, despréndase sus aromas. Venga mi amado a su huerto, y coma de su dulce fruta". Ella prorrumpe con un llamado a los vientos del Norte y del Sur, al Aquilón y al Austro, para que soplen sobre ese huerto que es ella misma, a fin de que se desprendan sus aromas.
El creyente espiritual, en medio de las tribulaciones de la vida, cuando es zarandeado por el torbellino de las aflicciones, es precisamente el tiempo en que desprende su mejor aroma, en cambio el inconverso, allí derrama su olor de muerte.
Ella había llegado a un nivel espiritual en que reconocía que su bendición dependía de su ser interior, donde mora el Espíritu Santo, y no de las circunstancias externas. Por lo tanto, su felicidad es algo que se transporta con ella misma, sin importar lugar o escenario.
No importa cuan recio sople el viento de la adversidad, éste solo logrará llevar más lejos la fragancia de su aroma. Ahora puede decir como el apóstol Pablo: "Sé vivir humildemente, y sé tener abundancia, en todo y por todo estoy enseñado, así para estar saciado como para tener hambre, así para tener abundancia como para padecer necesidad". Ella ama incondicionalmente al Señor.
Ahora él le contesta: "Yo vine a mi huerto, oh hermana, esposa mía, he recogido mi mirra y mis aromas, he comido mi panal y mi miel, mi vino y mi leche he bebido".
Él vino a su huerto y halló frutos muy hermosos de delicados aromas. Podía no solamente ver los frutos, sino que también deleitarse con su exquisito sabor.
En un principio fue una tierra árida y sin cultivar, pero cuando el labrador divino comenzó hacer su obra, a regarlo con ríos de aguas vivas, se transformó en una tierra muy fértil, con vida en abundancia y frutos que son para el deleite de su Señor.
El fruto que él quiere, no es el que Marta quería ofrecerle, actividad laboral, sino aquel delicado y fragante que le ofreció María a sus pies.
Es significativo que cuando la Palabra de Dios habla del fruto del Espíritu, no menciona ninguno de los que comúnmente son muy apreciados en las iglesias de hoy, sino que en singular enumera varios, como si se tratara de un gran racimo con hermosos y jugosos granos. Gál. 5: 22 "el fruto del Espíritu Santo es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza".
Que Dios nos dé mayor sabiduría y sumisión a su Santo Espíritu, para que cada uno de nosotros podamos dar hermosos frutos, cuya fragancia y delicia sean del pleno agrado de nuestro Señor. Que así sea.

 

 

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Cant. 5: 6 - 16

"Abrí yo a mi amado, pero mi amado se había ido, había ya pasado, y tras su hablar salió mi alma.
Lo busqué, y no lo hallé, lo llamé, y no me respondió. Me hallaron los guardas que rondan la ciudad, me golpearon, me hirieron, me quitaron mi manto de encima los guardas de los muros.
Yo os conjuro, oh doncellas de Jerusalén, si halláis a mi amado, que le hagáis saber que estoy enferma de amor".
Las amigas le dicen: "¿Qué es tu amado más que otro amado, oh la más hermosa de todas las mujeres? ¿Qué es tu amado más que otro amado, que así nos conjuras?"
La esposa responde: "Mi amado es blanco y rubio, señalado entre diez mil. Su cabeza como oro finísimo, sus cabellos crespos, negros como el cuervo. Sus ojos, como palomas junto a los arroyos de las aguas, que se lavan con leche, y a la perfección colocados. Sus mejillas, como una era de especias aromáticas, como fragantes flores, sus labios, como lirios que destilan mirra fragante. Sus manos, como anillos de oro engastados de jacintos, su cuerpo, como claro marfil cubierto de zafiros, sus piernas, como columnas de mármol fundadas sobre basas de oro fino, su aspecto como Líbano, escogido como los cedros. Su paladar, dulcísimo, y todo él codiciable.
Tal es mi amado, tal es mi amigo, oh doncellas de Jerusalén".

En el verso dos, ella se ha referido a un sueño inquietante: "Yo dormía, pero mi corazón velaba". Y es posible que en el verso 5 donde iniciamos nuestra lectura, ella escuchara en sueños la voz de su amado: "Mi alma salió en su hablar... Al escucharlo se me escapa el alma".
Se ha producido nuevamente una separación con su amado, ella se inquieta y alarma. Anteriormente ella había perdido su presencia palpable, pero ahora su angustia era de una naturaleza espiritual intensa, es el esposo quien ocupa su corazón, y no las dádivas que él le había proporcionado.
Por alguna razón, ella siente un agravio consigo misma, porque la fuerza de su espíritu no es más fuerte que su fuerza exterior. Siente que es su responsabilidad que no pueda ver el rostro de su amado.
En su desconsuelo salió en busca de él: "Lo llamó, y él no respondió". Parecía que sus oraciones eran inútiles. A ese grito de angustia, acudieron los guardas que rondan la ciudad, pero ellos no solamente no supieron cómo ayudarla, sino que peor aún, la hirieron.
Decíamos que estos guardas representan a los líderes religiosos. Ellos no supieron indicarle el camino correcto, y es más, seguramente la reprocharon con palabras hirientes que le causaron gran dolor. Con justa razón nos advierte Dios en Col.4: 6 "Sea vuestra palabra siempre con gracia, sazonada con sal, para que sepáis cómo debéis responder a cada uno".
Estos hombres que se suponía que estaban para ayudarla, no solo la golpearon hiriéndola, sino que le quitaron su manto con el que se cubría, dejándola expuesta a la humillación y al escarnio público.
Que triste es cuando sabemos de un fracaso de un hermano, y nos encargamos de publicarlo con un placer morboso que se refleja en la sonrisa de nuestro rostro, en vez de llevarlo secretamente en oración a la presencia del Señor.
Estos guardas la trataron con impiedad y brutalidad, quitándole su manto y exponiéndola a la vergüenza pública. Cuando no encontró la ayuda que necesitaba entre los líderes religiosos, se vuelve hacia aquellos que eran de un nivel espiritual más bajo que ella.
En su angustia pensó que las hijas de Jerusalén podrían al menos simpatizar con ella, aunque estaba conciente de la falta de madurez que tenían, porque con un tono de duda les dice: "si halláis a mi amado", ella abrigaba la esperanza que al menos estas doncellas oraran por ella.
Su grito de angustia fue: "estoy enferma de amor". Esta enfermedad se debía a su profunda hambre y sed por el amor de su esposo.
"¿Qué es tu amado más que otro amado, oh la más hermosa de todas las mujeres? ¿Qué es tu amado más que otro amado, que así nos conjuras?".
Ellas eran de un nivel espiritual muy pobre, pero tenían la capacidad para reconocer que ella era "la más hermosa de todas las mujeres". Aun dentro de su mediocridad, podían ver la belleza espiritual de ella. Su belleza no podía desaparecer, porque ella poseía una belleza que no se marchita.
Pero estas doncellas no conocían a Cristo, ellas no tenían la espiritualidad ni el amor de la esposa, por esta razón lo comparan con otros. Para los que somos de él, Cristo no se puede comparar con ningún otro.
Ellas, sorprendidas por la angustia que afligía a la doncella, le preguntan ¿Qué has visto de extraordinario en él, para que nos supliques con tanto dolor para que te ayudemos a encontrarle?
Esto le da a la sulamita una magnífica oportunidad para describir en detalle las características de su amado: "Mi amado es blanco y rubio, señalado entre diez mil". Habla de su hermosa santidad. Sl. 110: 3 "En la hermosura de la santidad". Este atributo divino es el que envuelve a todos los demás, y es el que le otorga la belleza sin igual que es única de él.
"Blanco", pero no un pálido de muerte, es blanco rubio. Su cutis es blanco y sonrosado, como el de los que llevan una vida al aire libre.
"Su cabeza como oro finísimo". Esto nos habla de su divinidad, porque en él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad. Él fue establecido por Dios como Cabeza sobre todas las cosas.
"Sus cabellos crespos, negros como el cuervo". En él no se ve ni un solo cabello blanco, porque Jesús es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos.
"Sus ojos, como palomas junto a los arroyos de las aguas, que se lavan con leche, y a la perfección colocados". La expresión de los ojos es para aquellos que han estado muy cerca de él. Aquí vemos de la cercanía que ella había disfrutado junto a su amado.
Se había deleitado contemplando su rostro y cada expresión de él. Ahora puede detallar con mucha precisión sus ojos, los cuales los compara como a palomas junto a los arroyos. No podemos dejar de relacionarlo con el descenso del Espíritu Santo sobre el Señor Jesucristo cuando estaba en las aguas del Jordán.
"Junto a los arroyos de las aguas". Nos indica la refulgencia de sus ojos que se iluminaban con tierno afecto. Seguramente recordamos esa mirada del Señor que hizo estremecer y llorar amargamente a Pedro, cuando éste se hallaba en el patio del sumo sacerdote y negó al Señor.
"Sus mejillas, como una era de especias aromáticas como fragantes flores". Para su amada, sus mejillas eran muy delicadas y de gran estima. En cambio para el pecador ciego y miserable, fueron motivo de escarnio. Dice en Is.50: 6 "Di mi cuerpo a los heridores, y mis mejillas a los que mesaban la barba, y no escondí mi rostro de injurias y de esputos".
El Señor sabía exactamente a los sufrimientos y humillaciones que sería expuesto, pero nada le detuvo en su firme determinación de venir a este mundo para culminar la obra de nuestra redención.
Confirma el evangelio de Mateo el cumplimiento de esa profecía: "Y escupiéndole, tomaban la caña y le golpeaban en la cabeza", porque le habían colocado una corona de espinas, y con esos golpes la enterraban en su cabeza para aumentar el tormento.
Pero los que le amamos, sus mejillas son como "era de especias aromáticas, como fragantes flores".
"Sus labios, como lirios que destilan mirra fragante". En cierto modo los lirios nos hablan de su realeza. En el evangelio de Mateo nos dice: "Considerad los lirios del campo... ni aun Salomón con toda su gloria se vistió así como uno de ellos".
Sus labios, como lirios que destilan mirra fragante. Cuan dulces fueron las palabras que destilaron de los labios de Jesús, que hasta sus enemigos tenían que reconocer: Jamás hombre alguno ha hablado como este hombre.
Como dijo el salmista: "La gracia se derramó en tus labios". La mirra no solo indica la fragancia de su gracia, sino también su identificación con la muerte.
"Sus manos, como anillos de oro engastados de jacintos". Nos habla de su realeza y poder. Él murió, no porque hombres impíos así lo dispusieron, sino porque él mismo lo determinó, Jn.10: 18 "Nadie me la quita, sino que yo de mi mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar".
"Su cuerpo, como claro marfil cubierto de zafiros". Entre todas las joyas preciosas, solo el marfil es vivo y producto del dolor. Nos recuerda que su amor es algo vivo, y fruto del sufrimiento que lo llevó hasta el Calvario.
"Sus piernas, como columnas de mármol fundadas sobre basas de oro fino". Habla de su estabilidad, él es la Roca de los siglos. El mármol, por su blancura, nos habla de su pureza y santidad. Apoyada sobre basas de oro fino, nos recuerda su divinidad. Que segura está la iglesia que descansa sobre tal solidez y poder.
"Su aspecto como el Líbano, escogido como los cedros". El cedro es imponente y se remonta por sobre todos los árboles. Así es nuestro Señor, señalado entre diez mil. Solo él se remonta hasta las alturas de la santidad divina, porque unicamente él es Dios.
Añade: "Su paladar, dulcísimo, y todo él codiciable". Al compararlo con un árbol y asociarlo con su dulzura, nos recuerda las aguas amargas de Mara, donde Dios probó a su pueblo Israel y le ordenó introducir en esas aguas amargas un árbol que Dios señaló, y al instante las aguas se endulzaron. Esa ha sido la experiencia de los hijos de Dios, cuando nos hayamos en pruebas y amarguras, introducimos en ellas la cruz de Cristo, y al instante son endulzadas, porque él es dulcísimo.
Con profunda admiración concluye esta alabanza llena de amor y fascinación por su amado: "Tal es mi amado, tal es mi amigo, oh doncellas de Jerusalén".
Me preguntasteis que tiene de especial mi amado, y les he dado solo algunas reseñas, por qué él es tan especial para mí.
Cuan diferente es la alabanza aquí descrita, con la practicada tan recurrentemente en nuestros días por los así llamados "cristianos modernos", cargados de emocionalismo y avivados artificialmente con música de ritmos del mundo, aplausos, saltos y gritos. Creen que alabar es caer en estados de histeria donde se drogan con adrenalina. Esas orgías emocionales están muy lejos de la auténtica alabanza espiritual, que nos describe la Palabra del Señor de un verdadero hijo de Dios.
Aquí vemos que alabar es abrir nuestros corazones, para que la fragancia del espíritu nos remonte plácidamente a las alturas de su santidad, hasta donde habita Dios mismo.
Los carnales desprenden olor a sudor, pero los que son guiados por el Espíritu Santo para alabar al Dios de orden y santidad, exhalan quietamente, embelesados en su presencia, ese aroma del espíritu que agrada al Señor, semejante al de esta sulamita, o a María cuando estuvo a los pies de Jesús.
Que el Señor quebrante nuestros corazones, para que el Espíritu pueda salir del encierro que le hemos sometido, y así nuestras vidas y nuestro hogar puedan llenarse de ese incienso aromático. "Y la casa se llenó del olor del perfume".
Que así sea.
 

 

Cantares  9


 


Cant. 6: 1 - 11

"¿A dónde se ha ido tu amado, oh la más hermosa de todas las mujeres?
¿A dónde se apartó tu amado, y lo buscaremos contigo?

Ella responde: "Mi amado descendió a su huerto, a las eras de las especias, para apacentar en los huertos, y para recoger los lirios. Yo soy de mi amado, y mi amado es mío, él apacienta entre lirios.
El esposo habla a la esposa:
"Hermosa eres tú, oh amiga mía, como Tirsa, de desear, como Jerusalén, imponente como ejércitos en orden. Aparta tus ojos de delante de mí, porque ellos me vencieron.
Tu cabello es como manada de cabras que se recuestan en las laderas de Galaad.
Tus dientes, como manadas de ovejas que suben del lavadero, todas con crías gemelas, y estéril no hay entre ellas.
Como cachos de granada son tus mejillas detrás de tu velo.
Sesenta son las reinas, y ochenta las concubinas, y las doncellas sin número, mas una es la paloma mía, la perfecta mía, es única de su madre, la escogida de la que la dio a luz.
La vieron las doncellas, y la llamaron bienaventurada; las reinas y las concubinas, y la alabaron.

Las amigas preguntan: "¿Quién es ésta que se muestra como el alba, hermosa como la luna, esclarecida como el sol, imponente como ejército en orden?
El esposo dice: "Al huerto de los nogales descendí a ver los frutos del valle, y para ver si brotaban las vides, si florecían los granados".


Las amigas de la esposa, después de escuchar la descripción tan fervorosa y apasionada, también desean salir en su busca. ¿A dónde se apartó tu amado, y lo buscaremos contigo? Ella responde: "Mi amado descendió a su huerto, a las eras de las especias, para apacentar en los huertos, y para recoger los lirios".
Ella había acudido a las hijas de Jerusalén, para que la ayudaran a descubrir el paradero de su amado, pero luego de esa descripción detallada y tan llena de pasión, descubrió dónde encontrar a quién amaba su alma.
En forma repentina, la luz interior había brillado y esparció claridad en su mente y en su corazón. El amado estaba cerca, dentro de ella; siempre había estado presente en su huerto.
Cuando los creyentes se juntan para hablar de su Señor, él está allí presente. Esa fue la promesa que nos dejó: "donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos".
Esa fue la experiencia de aquellos dos camino a Emaus que iban conversando acerca del Señor. Cuando éste se les acerca y les dice: ¿qué pláticas son estas que tenéis entre vosotros?.
"Yo soy de mi amado, y mi amado es mío, él apacienta entre los lirios". Ella comprendió que aunque sus sentimientos podían ser fluctuantes, el pacto que la unía a su amado era eterno. Porque aunque nosotros seamos infieles, él permanece fiel.
"Hermosa eres tu, oh amiga mía, como Tirsa, de desear, como Jerusalén, imponente como ejércitos en orden". El amor que ella sentía por él, y todo lo que veía en él, la estaba transformando a ella a la semejanza del carácter del Rey.
Él la llamó "la ciudad santa". Comparó su hermosura y esplendor, con la esposa ataviada para su marido, que corresponde al lenguaje del apóstol Juan en Ap. 21: 2 "Yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido". Así la veía él, diáfana y radiante, imponente como ejércitos en orden.
Esto nos indica que ella no solo era hermosa, sino que también fuerte como una hueste celestial. El Señor ama en los suyos, no solo su belleza espiritual, sino su carácter imponente, que les hagan el terror de sus enemigos.
Estas deberían ser cualidades en todos los hijos de Dios, porque ahora somos más que vencedores y nos ha hecho partícipes de su victoria. Cristianos derrotados es una incongruencia, él se goza en nuestras victorias y desea que haya cada día un progreso espiritual; que seamos transformados diariamente de gloria en gloria.
Ésta es característica de todos los que verdaderamente son hijos de Dios. El que es únicamente un religioso, pero que nunca ha nacidos de nuevo, no puede ir transformándose cada día de gloria en gloria. Y su experiencia será de caída en caída, o como lo expresan en su hablar diario: "están detenidos".
El verdadero creyente jamás se "detiene", porque prosigue diariamente su caminata hasta llegar a la ciudad celestial. Es verdad que muchas veces nuestra carne se revela y queremos soltarnos de la mano del Señor. Pero permanecemos asidos a él, no por nuestras fuerzas, sino por la fuerza suya; al igual que un padre que lleva de la mano a su hijo pequeño, aunque el niño luche por soltarse, permanecerá tomado de la mano de su padre, porque eso depende de la fuerza del adulto la cual es muy superior.
A eso se refiere la Palabra de Dios cuando dice que: "si fuéramos infieles, él permanece fiel". También en Jeremías lo describe magníficamente, Jer.20: 7 "Me sedujiste, oh Señor, y fui seducido; más fuerte fuiste que yo, y me venciste".
Ahora el esposo le dice a ella: "Aparta tus ojos de delante de mí, porque ellos me vencieron". Tus ojos hablan y me anonadan, me cautivan. Se siente subyugado en forma irresistible por la fuerza de tal amor.
"Tu cabello es como manada de cabras que se recuestan en las laderas de Galaad. Tus dientes, como manadas de ovejas que suben del lavadero, todas con crías gemelas, y estéril no hay entre ellas. Como cachos de granada son tus mejillas detrás de tu velo".
El cabello nos habla de dedicación y consagración, cualidades que él admira en su amada. No sólo es hermosa externamente, sino que su belleza brota desde su interior, lo cual la hace doblemente atractiva.
La referencia a sus dientes, destaca la capacidad de digerir alimento sólido, la verdad espiritual que Dios quiere compartir con todos aquellos que han alcanzado madurez.
Sus mejillas detrás de su velo, indican su belleza escondida para el mundo, pero muy apreciada por él. Es algo que solamente él, debido a su cercanía y amor puede apreciar.
La reiteración de la alabanza del esposo, la cual es muy similar a la que encontramos en el capítulo 4, nos indica que el amor del Señor nunca cambia. Su amor es eterno e inmutable. Es más, no está afecto a nuestras faltas, porque ninguna de ellas fue una sorpresa para el Señor, él conoció todas nuestras transgresiones, aún desde antes de la fundación del mundo. Eso sí que nos llena de asombro y gratitud, nos amó conociendo todos nuestros pecados, desde nuestro nacimiento y hasta nuestra muerte.
"Sesenta son las reinas, y ochenta las concubinas, y las doncellas sin número". El rey Salomón es figura del Señor en su condición de Rey, pero en su propia vida personal estuvo muy lejos de reflejar algo de la santidad de Cristo.
Individuos inescrupulosos, para justificar su propio pecado de poligamia y vida de lujuria, citan con mucho descaro el pecado de Salomón. Pero lo que omiten decir, es que efectivamente el rey Salomón tuvo muchas mujeres, pero ese pecado no está registrado en las Sagradas Escrituras para que le imitemos, muy por el contrario, para que no lo hagamos. Por este motivo la Biblia también relata el castigo que Dios mandó sobre Salomón por ese pecado.
En 1Ry.11 tenemos consignada la sanción e inhabilitación que recibió por parte de Dios a consecuencia de ese pecado. Vr. 9 "Y se enojó Jehová contra Salomón", y añade en el vr.11: "Por cuanto ha habido esto en ti, romperé tu reino, y lo entregaré a tu siervo. Vr. 23 "Dios también levantó a Rezón, hijo de Eliada, y fue adversario de Israel todos los días de Salomón". Vr.39 "Yo afligiré a la descendencia de David a causa de esto".
Muchos de los personajes bíblicos pueden en alguna medida ser usados como tipología del Señor, pero debido a su condición de descendientes de una raza caída, ninguno puede en plenitud representarlo. Esa es la razón por la cual la Palabra de Dios tiene que utilizar muchas figuras, para que cada una represente una cualidad del Señor. La perfección de Jesús es tal, que ningún ser humano puede simbolizar su persona santa y divina.
Las figuras y personajes que emplea la Biblia para hablarnos de Jesús, son como los diferentes colores que emanan de un gran diamante, cada una de sus caras irradia un color diferente, pero el conjunto de todos ellos es la luz blanca que nos habla de Su santidad divina, que no puede ser comparada con nada creado.
Después de esta aclaración, volvamos a nuestro pasaje de Cantares en el verso 9 "Mas una es la paloma mía, la perfecta mía". La compara a una paloma, porque sus ojos están fijos en Cristo, y perfecta, en el sentido de ser completamente rendida a él.
Las amigas preguntan: "¿Quién es ésta que se muestra como el alba, hermosa como la luna?". De ella han huido las sombras, no hay oscuridad, porque es hija de la luz, y en la comparación con la hermosura de la luna, nos recuerda que su luminosidad no es propia, sino que es el reflejo del sol de Justicia.
El esposo dice: "Al huerto de los nogales descendí a ver los frutos del valle".
Los nogales abundaban en la parte norte de Israel. Las nueces tienen una cáscara dura que las protege, aunque caigan al barro su fruto no se echa a perder. Esto nos habla de la seguridad del creyente, como fue el caso del hijo pródigo.
También nos indica que en el creyente, para extraer su fruto, debe primeramente producirse un quebrantamiento, sólo así podrá provocarse una liberación real del Espíritu Santo que mora en nosotros. Y éste podrá fluir como ríos de agua viva, que regocijan al cristiano y a su Señor.
Que estas breves reflexiones nos sirvan para animarnos a disfrutar de una comunión más íntima y personal con nuestro amado Salvador.

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