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J. A. Romero
CAPITULO 1 DEL LIBRO DE RUT
En los primeros versículos vemos una historia en la que aparece una mujer virtuosa y valiente, llamada Nohemi (que significaba Dulce)
Era esposa de un hombre llamado Elimelec, el cual se fue de su tierra (el pueblo de Dios) a una tierra extranjera (moab = enemigos de Dios), con su mujer y sus dos hijos.
Y cuenta la historia que esta mujer quedo sola y desamparada al morir el marido y los dos hijos. Pero Dios tenía un propósito en todo esto.
5 Y murieron también los dos, Mahlón y Quelión, quedando así la mujer desamparada de sus dos hijos y de su marido.
6 Entonces se levantó con sus nueras, y regresó de los campos de Moab; porque oyó en el campo de Moab que Jehová había visitado a su pueblo para darles pan.
Dice que esta mujer, virtuosa y valiente, se levanto y regresó a su tierra (el pueblo de Dios). Una mujer valiente y virtuosa siempre se levanta sea cual sea su situación.
8 Y Noemí dijo a sus dos nueras: Andad, volveos cada una a la casa de su madre; Jehová haga con vosotras misericordia, como la habéis hecho con los muertos y conmigo.
Una mujer virtuosa siempre intentará quitar cargas a los demás (físicas o emocionales como en este caso)
11 Y Noemí respondió: Volveos, hijas mías; ¿para qué habéis de ir conmigo? ¿Tengo yo más hijos en el vientre, que puedan ser vuestros maridos?
12 Volveos, hijas mías, e idos; porque yo ya soy vieja para tener marido. Y aunque dijese: Esperanza tengo, y esta noche estuviese con marido, y aun diese a luz hijos,
13 ¿habíais vosotras de esperarlos hasta que fuesen grandes? ¿Habíais de quedaros sin casar por amor a ellos? No, hijas mías; que mayor amargura tengo yo que vosotras, pues la mano de Jehová ha salido contra mí.
Una mujer virtuosa y valiente que no miente, que las dice que no tienen nada que esperar, y que ella no tiene nada ya que ofrecerlas.
Y aparece otra mujer valiente y virtuosa: Rut.
Orfa se despidió y se marcho a lo suyo. A su pueblo, a sus dioses.
Pero Rut se quedó con ella. La rogó que la dejase ir con ella. El testimonio de Nohemi la había cautivado.
16 Respondió Rut: No me ruegues que te deje, y me aparte de ti; porque a dondequiera que tú fueres, iré yo, y dondequiera que vivieres, viviré. Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios mi Dios.
18 Y viendo Noemí que estaba tan resuelta a ir con ella, no dijo más.
Y esta virtuosa mujer, vio a otra mujer también valiente y virtuosa, y la concedió sus deseos.
20 Y ella les respondía: No me llaméis Noemí, sino llamadme Mara; porque en grande amargura me ha puesto el Todopoderoso.
21 Yo me fui llena, pero Jehová me ha vuelto con las manos vacías. ¿Por qué me llamaréis Noemí, ya que Jehová ha dado testimonio contra mí, y el Todopoderoso me ha afligido?
Una mujer virtuosa siempre reconoce cuando algo ha hecho mal. Vemos como Nohemi, reconoce que se fue llena (de sus ilusiones, de sus cosas humanas, de su ego), y reconoce que vuelve con las manos vacías.
Siempre que abandonamos el pueblo de Dios (la iglesia) parece que nos vamos llenos, pero pronto vemos que realmente estamos vacíos.
MUJERES VIRTUOSAS OS ANIMO A QUE MEDITEIS BIEN ESTE TEXTO, Y APRENDAIS (o aprendamos, los hombres también) A SER VERDADERAMENTE VIRTUOSOS Y VALIENTES.
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"ALZAD OH PUERTAS ETERNAS VUESTRAS CABEZAS"
"Alzad, oh puertas, vuestras cabezas, alzaos vosotras, puertas eternas, para que entre el Rey de la gloria. ¿Quién es este Rey de la gloria? El SEÑOR, fuerte y poderoso; el SEÑOR, poderoso en batalla. Alzad, oh puertas, vuestras cabezas, alzadlas, puertas eternas, para que entre el Rey de la gloria. ¿Quién es este Rey de la gloria? El SEÑOR de los ejércitos, El es el Rey de la gloria. Selah." Salmo 24:7-10.
Las puertas antiguas pueden abrirse o permanecer cerradas tanto para individuos como para las familias, liberando o limitando el mover de Dios en nuestras vidas. De hecho, al ir adentrándonos más y más en el 2008, el Espíritu del Señor está suplicándole a muchas personas que hagan más tiempo para Dios. Pero aun así, alzar estas puertas eternas muchas veces resulta ser demasiado para nuestra sabiduría y fuerzas humanas, por lo cual se ofrece esta revelación en forma de oración a Dios quien es el Único capaz de cumplir con la tarea.
Nacidos en pecado
Todos somos producto de linajes familiares, llevamos y exhibimos características generacionales y patrones de vida que se remontan a las generaciones pasadas. Algunas de estas son positivas y merecen ser cultivadas y fomentadas, mientras que otras son negativas y deben ser crucificadas, negadas y debemos arrepentirnos de las mismas. Hay bendiciones y maldiciones "en nuestra sangre" que impactan nuestras vidas y solamente podemos abrir o cerrar estas puertas antiguas a través de la sabiduría y fuerza de Dios.
Sabiendo que nadie nace en este mundo perfectamente "limpio" o impoluto por los pecados e iniquidades de nuestros antepasados, David confesó desesperadamente: He aquí, yo nací en iniquidad, y en pecado me concibió mi madre". Mas su espíritu hacía eco del amor y devoción de Dios hacia nosotros al declarar: "He aquí, Tú deseas la verdad en lo más íntimo, y en lo secreto me harás conocer sabiduría. Purifícame con hisopo, y seré limpio; lávame, y seré más blanco que la nieve". Salmo 51:5-7. Al parecer, David entendía que nuestro nuevo nacimiento en el Mesías nos proporciona y requiere la transformació n de nuestra alma así como el renacer de nuestro espíritu.
Nacido a imagen de Dios
Según las instrucciones bíblicas básicas, el hombre es una criatura de tres partes. Somos un ser espiritual que tiene alma y vive en un cuerpo. Del mismo modo que nuestro Padre Celestial es un Dios trino en Su existencia eterna y perfecta, también nosotros, la cumbre de Su creación, hemos sido hechos como seres de tres partes y poseemos una dimensión espiritual, una dimensión almática y una dimensión física. Estos tres "asociados" han sido diseñados para existir conjuntamente como grupo de vida individual aunque son muy distintos el uno del otro y cumplen diversas funciones según el propósito de Dios.
Espíritu renacido
Como cristianos, según las Escrituras, nuestro ser espiritual (la parte de nosotros que puede comunicarse con Dios más allá del espacio y del tiempo) fue ya justificado al tener fe. Como está escrito: "Por tanto, habiendo sido justificados por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo," Romanos 5:1. Para el hijo de Dios, la justificación es un hecho consumado al realizarse con verdadera fe en el sacrificio de Jesús, y como tal, no es posible nada mejor. Al llevarse a cabo, la justificación asegura al creyente en un estado privilegiado de "hijo" ante nuestro Padre Celestial al haber nacido en la familia de Dios como creación nueva.
Alma santificada
No obstante, todo hijo de Dios no sólo debe nacer de nuevo espiritualmente a través de la fe en el sacrificio del Hijo de Dios, sino que además deben "Ser renovados en la actitud de su mente; y ponerse el ropaje de la nueva naturaleza, creada a imagen de Dios, en verdadera justicia y santidad" Efesios 4:23-24. Aunque el nuevo nacimiento de nuestro espíritu es un milagro instantáneo y eterno que queda cimentado en el mismo momento en que creemos por primera vez, la renovación de nuestras mentes (contenida en el alma) es un proceso de sanidad, transformació n y regeneración que dura toda la vida. Se requiere convicción, revelación, arrepentimiento e instrucción en justicia.
En la bendición a los discípulos tesalonicenses, el Apóstol oró: "Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo" 1 Tesalonicenses 5:23. Obviamente, después de nuestro nacimiento espiritual, también nuestra alma y cuerpo deben ser impactados por el poder de Dios, pero ¿cómo?
A partir del bendito día en que nuestro espíritu nació de nuevo, el alma del creyente comienza el proceso de santificación. Aquí se produce el discipulado continuo y continuo lavado con el agua de la Palabra, la sanidad de nuestros corazones por las heridas pasadas y el llamado de negarnos la vida egoísta, así como la regeneración de nuestras mentes. Como cantó David: "Escudríñame, oh Dios, y conoce mi corazón; Y ve si hay en mí camino malo, y guíame en el camino eterno". Salmo 139:23-24.
En este caminar de santidad a lo largo de toda la vida el "camino eterno" que anhelaba David no se limita a las sendas antiguas, sino que en el texto hebreo original aparece como "Derekh Olam," señalando los principios universales, perpetuos y eternos de Dios que mantienen la creación (y a nosotros) en integridad. Estos principios divinos son los que el Espíritu de Dios está inculcándonos al ir santificándose nuestras almas".
Un cuerpo glorificado
En tercer lugar, aunque nuestro espíritu ha nacido de nuevo y ha sido justificado en el momento en que tuvimos fe, nuestra alma está siendo santificada al ir por la vida con Jesucristo y nuestro cuerpo será glorificado al final de los tiempos. Pablo animó a sus discípulos diciendo: "Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo; el cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya, por el poder con el cual puede también sujetar a sí mismo todas las cosas." Filipenses 3:20-21. En esto, al igual que en las demás Escrituras, descubrimos una fuerte certeza que al final nuestros cuerpos también se levantarán en poder y gloria al llegar la tercera parte de nuestro ser trino a la semejanza de nuestro glorioso Salvador.
Ciclos de sanidad para nuestros corazones
Recordemos que aunque el espíritu ha sido ya justificado por la fe y nuestro cuerpo se glorificará en el futuro, la santificación de nuestra alma es la que ocupa esta vida presente, llenando nuestros días de propósito al madurar en Cristo. Entendiendo la sabiduría y la intención de Dios en esta "santificació n en aumento" podemos armarnos mejor y ser consolados con mansedumbre, paciencia y endereza al circular una y otra vez por nuestras almas la naturaleza cíclica de Su sanidad. Durante estas recurrentes épocas de purificación, Dios está llegando a lugares cada vez más profundos de nuestros corazones al ir cambiando según Su imagen.
Algunas raíces generacionales y pautas familiares requieren "varias visitas" del Médico Divino ya que sólo Él sabe cuanto podemos aguantar cada vez que nos toca en lo profundo para sanar otra herida, deshacer otra mentira y traer Su verdad a las entrañas de nuestro ser. Que se cumpla sobre ustedes la oración de David, declarando: "Alzad, oh puertas, vuestras cabezas, alzaos vosotras, puertas eternas, para que entre el Rey de la gloria".
En Su gracia.
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"ALZAD OH PUERTAS ETERNAS VUESTRAS CABEZAS"
"Alzad, oh puertas, vuestras cabezas, alzaos vosotras, puertas eternas, para que entre el Rey de la gloria. ¿Quién es este Rey de la gloria? El SEÑOR, fuerte y poderoso; el SEÑOR, poderoso en batalla. Alzad, oh puertas, vuestras cabezas, alzadlas, puertas eternas, para que entre el Rey de la gloria. ¿Quién es este Rey de la gloria? El SEÑOR de los ejércitos, El es el Rey de la gloria. Selah." Salmo 24:7-10.
Las puertas antiguas pueden abrirse o permanecer cerradas tanto para individuos como para las familias, liberando o limitando el mover de Dios en nuestras vidas. De hecho, al ir adentrándonos más y más en el 2008, el Espíritu del Señor está suplicándole a muchas personas que hagan más tiempo para Dios. Pero aun así, alzar estas puertas eternas muchas veces resulta ser demasiado para nuestra sabiduría y fuerzas humanas, por lo cual se ofrece esta revelación en forma de oración a Dios quien es el Único capaz de cumplir con la tarea.
Nacidos en pecado
Todos somos producto de linajes familiares, llevamos y exhibimos características generacionales y patrones de vida que se remontan a las generaciones pasadas. Algunas de estas son positivas y merecen ser cultivadas y fomentadas, mientras que otras son negativas y deben ser crucificadas, negadas y debemos arrepentirnos de las mismas. Hay bendiciones y maldiciones "en nuestra sangre" que impactan nuestras vidas y solamente podemos abrir o cerrar estas puertas antiguas a través de la sabiduría y fuerza de Dios.
Sabiendo que nadie nace en este mundo perfectamente "limpio" o impoluto por los pecados e iniquidades de nuestros antepasados, David confesó desesperadamente: He aquí, yo nací en iniquidad, y en pecado me concibió mi madre". Mas su espíritu hacía eco del amor y devoción de Dios hacia nosotros al declarar: "He aquí, Tú deseas la verdad en lo más íntimo, y en lo secreto me harás conocer sabiduría. Purifícame con hisopo, y seré limpio; lávame, y seré más blanco que la nieve". Salmo 51:5-7. Al parecer, David entendía que nuestro nuevo nacimiento en el Mesías nos proporciona y requiere la transformació n de nuestra alma así como el renacer de nuestro espíritu.
Nacido a imagen de Dios
Según las instrucciones bíblicas básicas, el hombre es una criatura de tres partes. Somos un ser espiritual que tiene alma y vive en un cuerpo. Del mismo modo que nuestro Padre Celestial es un Dios trino en Su existencia eterna y perfecta, también nosotros, la cumbre de Su creación, hemos sido hechos como seres de tres partes y poseemos una dimensión espiritual, una dimensión almática y una dimensión física. Estos tres "asociados" han sido diseñados para existir conjuntamente como grupo de vida individual aunque son muy distintos el uno del otro y cumplen diversas funciones según el propósito de Dios.
Espíritu renacido
Como cristianos, según las Escrituras, nuestro ser espiritual (la parte de nosotros que puede comunicarse con Dios más allá del espacio y del tiempo) fue ya justificado al tener fe. Como está escrito: "Por tanto, habiendo sido justificados por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo," Romanos 5:1. Para el hijo de Dios, la justificación es un hecho consumado al realizarse con verdadera fe en el sacrificio de Jesús, y como tal, no es posible nada mejor. Al llevarse a cabo, la justificación asegura al creyente en un estado privilegiado de "hijo" ante nuestro Padre Celestial al haber nacido en la familia de Dios como creación nueva.
Alma santificada
No obstante, todo hijo de Dios no sólo debe nacer de nuevo espiritualmente a través de la fe en el sacrificio del Hijo de Dios, sino que además deben "Ser renovados en la actitud de su mente; y ponerse el ropaje de la nueva naturaleza, creada a imagen de Dios, en verdadera justicia y santidad" Efesios 4:23-24. Aunque el nuevo nacimiento de nuestro espíritu es un milagro instantáneo y eterno que queda cimentado en el mismo momento en que creemos por primera vez, la renovación de nuestras mentes (contenida en el alma) es un proceso de sanidad, transformació n y regeneración que dura toda la vida. Se requiere convicción, revelación, arrepentimiento e instrucción en justicia.
En la bendición a los discípulos tesalonicenses, el Apóstol oró: "Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo" 1 Tesalonicenses 5:23. Obviamente, después de nuestro nacimiento espiritual, también nuestra alma y cuerpo deben ser impactados por el poder de Dios, pero ¿cómo?
A partir del bendito día en que nuestro espíritu nació de nuevo, el alma del creyente comienza el proceso de santificación. Aquí se produce el discipulado continuo y continuo lavado con el agua de la Palabra, la sanidad de nuestros corazones por las heridas pasadas y el llamado de negarnos la vida egoísta, así como la regeneración de nuestras mentes. Como cantó David: "Escudríñame, oh Dios, y conoce mi corazón; Y ve si hay en mí camino malo, y guíame en el camino eterno". Salmo 139:23-24.
En este caminar de santidad a lo largo de toda la vida el "camino eterno" que anhelaba David no se limita a las sendas antiguas, sino que en el texto hebreo original aparece como "Derekh Olam," señalando los principios universales, perpetuos y eternos de Dios que mantienen la creación (y a nosotros) en integridad. Estos principios divinos son los que el Espíritu de Dios está inculcándonos al ir santificándose nuestras almas".
Un cuerpo glorificado
En tercer lugar, aunque nuestro espíritu ha nacido de nuevo y ha sido justificado en el momento en que tuvimos fe, nuestra alma está siendo santificada al ir por la vida con Jesucristo y nuestro cuerpo será glorificado al final de los tiempos. Pablo animó a sus discípulos diciendo: "Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo; el cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya, por el poder con el cual puede también sujetar a sí mismo todas las cosas." Filipenses 3:20-21. En esto, al igual que en las demás Escrituras, descubrimos una fuerte certeza que al final nuestros cuerpos también se levantarán en poder y gloria al llegar la tercera parte de nuestro ser trino a la semejanza de nuestro glorioso Salvador.
Ciclos de sanidad para nuestros corazones
Recordemos que aunque el espíritu ha sido ya justificado por la fe y nuestro cuerpo se glorificará en el futuro, la santificación de nuestra alma es la que ocupa esta vida presente, llenando nuestros días de propósito al madurar en Cristo. Entendiendo la sabiduría y la intención de Dios en esta "santificació n en aumento" podemos armarnos mejor y ser consolados con mansedumbre, paciencia y endereza al circular una y otra vez por nuestras almas la naturaleza cíclica de Su sanidad. Durante estas recurrentes épocas de purificación, Dios está llegando a lugares cada vez más profundos de nuestros corazones al ir cambiando según Su imagen.
Algunas raíces generacionales y pautas familiares requieren "varias visitas" del Médico Divino ya que sólo Él sabe cuanto podemos aguantar cada vez que nos toca en lo profundo para sanar otra herida, deshacer otra mentira y traer Su verdad a las entrañas de nuestro ser. Que se cumpla sobre ustedes la oración de David, declarando: "Alzad, oh puertas, vuestras cabezas, alzaos vosotras, puertas eternas, para que entre el Rey de la gloria".
En Su gracia.
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